“La fe de la cananea”
Habíamos leído en Is 49, 6 una de las más significativas declaraciones
de la universalidad de la salvación:
"Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de
Jacob, y de hacer volver los preservados de Israel.
Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance
hasta los confines de la tierra."
En el Evangelio de Mateo, cuando el Señor abandona el ámbito de Israel
y se dirige a la región de Tiro y Sidón se produce un episodio realmente
asombroso. Casi nos da un vuelco el corazón con la respuesta a la cananea:
"No he sido enviado mas que a las ovejas perdidas de la casa de
Israel" (Mt 15, 24) pero no es un latigazo nacionalista sino una prueba de
fe, una muestra de que la fe incondicional le ha otorgado el derecho a la
salvación, pues como Buen Pastor asegura: "También tengo otras ovejas, que
no son de este redil; también a esas las tengo que conducir y escucharán mi
voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor" (Jn 10, 16).
La displicencia de Jesús es un acicate para la mujer, que insiste, que
no se desanima aun cuando el Señor ni siquiera vuelve su rostro para mirarla
después de que ella hace un reconocimiento explícito de Su divinidad al apelar
a El con un título netamente mesiánico. El Señor dilata la atención, provoca la
insistencia de la mujer, que es un ejemplo de paciencia y de perseverancia,
para con ello dar una lección: el que persevera firme en la fe todo lo puede.
Acostumbramos a pensar que Dios está a nuestro servicio y que ha de
atender con inmediatez a nuestras peticiones, a nuestras necesidades. Cuan
difícil nos resulta el silencio de Dios, qué pesada se nos hace esa aparente
indiferencia, cuando lo que realmente entraña es una pedagogía acerca de cómo y
qué pedimos cuando nos dirigimos al Padre, cuando pedimos a Cristo.
Y esta mujer, esta gentil, se aferra a su.solicitud no porque se crea
digna de recibir la merced necesitada: "«Sí, Señor - repuso ella -, pero
también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.»
Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.» Y desde aquel momento quedó curada su
hija." (Mt 15, 27-28)
Tan grande es su fe que ni solicita la curación a sabiendas de que el
Señor la concederá: esa su fe la manifiesta vehementemente y la pone al
descubierto al gritar: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David!».
Mª
del Carmen Feliu Aguilella
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