EUROPA Y EL CRISTIANISMO. José Mª Catret Suay
En estos momentos en que se insta una nueva evangelización, cuando los cristianos estamos tan perseguidos, unas veces violentamente, otras solapadamente por medio de leyes injustas, cuando se trata no solo de ocultar la importancia de nuestra religión en la Historia, es hora de que todos hagamos cuanto sea posible para contribuir a esa nueva evangelización. Para tratar de esta materia me baso, fundamentalmente, en el libro “LA RELIGION Y EL ORIGEN DE LA CULTURA OCCIDENTAL”, de Christopher Dawson, nacido en Gales en 1889 y muerto en 1970. Convertido del anglicanismo al catolicismo en 1914. Gran erudito y profesor, en varias universidades de Inglaterra y USA, de Historia y Filosofía de la Cultura. Más que leer libros de otros autores, él iba directamente a las fuentes primitivas de cada cultura, desde la de Japón y China, hasta el Finisterre en el Atlántico. Estaba fascinado por esa civilización occidental a la que pertenecemos, y que se va fraguando desde las corrientes orientales hasta Grecia y Roma. Se había educado en el ambiente del llamado “Movimiento de Oxford” de la Iglesia anglicana, del que fue uno de sus principales mantenedores John Newman, luego convertido al catolicismo, donde llegó a ser cardenal y recientemente beatificado por el actual Papa en su viaje a Inglaterra. Este movimiento buscaba basar la iglesia anglicana en la iglesia primitiva, es decir, la universal y católica. Hablaremos sobre Newman otro día.
Dawson dice que, así como para estudiar el origen y evolución de cualquier cultura religiosa en el mundo hay que buscar muchas y dispersas fuentes, para el Cristianismo es muy fácil: conocemos donde y cuando se originó y tenemos las fuentes directas y precisas. La Biblia y otros documentos escritos no cristianos. Pero el estudio de la influencia del cristianismo en la civilización europea no ha sido tratado bien. Además, han surgido ideologías contrarias que han tratado de ocultar o negar su influencia (Recordemos, por ej, el marxismo y el nacional-socialismo, en la política, y tendencias filosóficas de carácter ateo).
De lo que no cabe duda es que la religión influye en la cultura de los pueblos, en las costumbres y conductas de los hombres. Como diría lord Acton “La religión es la clave de la historia”. No solo actúan motivos económicos (como dice Marx); estas causas, que las hay, son insuficientes para explicar la historia de Europa. Pero ¿qué fuerza espiritual ha llevado a Europa a esa evolución tan variada en su historia, en sus políticas, su arte, su comercio e industria, etc.? En Occidente el poder espiritual no ha quedado inmóvil en un orden social como en el estado confuciano de China, o en el sistema de castas de la India , o en algunos estados teocráticos musulmanes, etc. sino que adquirió libertad y autonomía, y en consecuencia apareció una actividad original y variada en todos los aspectos de la vida social e intelectual. Incluso ese respeto a la iniciativa de la persona daría lugar también a un “endiosamiento” del hombre, a una enorme autosuficiencia que le llevaría a los grandes descubrimientos científicos, artísticos y geográficos, incluso a la libertad de pensamiento y a renegar de las fuentes religiosas que le permitieron el uso de esa libertad, cosa que no ocurre en otras culturas religiosas en las que no se ha manifestado evolución.
El Cristianismo penetró en Europa occidental por obra de unos “misioneros” como Pablo, Santiago, Pedro, procedentes de las poblaciones del mundo griego y que se va extendiendo por el imperio romano (Italia, España). Llegó a los pueblos bárbaros del norte: a Irlanda a Inglaterra, a Francia y Bélgica y luego se extendió hacia el Este (lo que hoy es Holanda, Alemania, Polonia, Rusia y a otros países nórdicos.
Los historiadores de la escuela racionalista “ilustrada” trataron de desconocer esa influencia del cristianismo, pero recientes historiadores han estudiado honradamente este tema. La cultura occidental se forja en la Edad Media , en las escuelas monásticas y se independiza del poder político, lo que no ocurrió en Oriente con el poder de Bizancio. Sabemos que, tras las persecuciones de los cristianos por los primeros emperadores de Roma, llega Constantino y admite nuestra religión que más tarde, y por obra del emperador de oriente Teodosio, se convierte en la religión oficial del imperio. La vinculación de la religión, de la Iglesia con el poder político, se dio más en Oriente que en occidente. Eso se llama “cesaropapismo” y dio lugar al famoso cisma de oriente, la separación entre la iglesia de occidente y la de Constantinopla, que se inicia en el 800 y pico con Focio y termina con Cerulario, en el 1000 y pico, de cuyo cisma aún duran las consecuencias, pues ambas partes de la Iglesia se excomulgaron recíprocamente y hoy tenemos la Católica por un lado y la ortodoxa por otro. Cisma parecido, con la consecuencia del “cesaropapismo”, se dio más tarde con la iglesia anglicana, cuyo jefe era el rey de Inglaterra. No obstante estos lamentables sucesos, vemos que el Cristianismo sigue siendo siempre el protagonista de la Historia europea.
La vida cultural de Europa occidental no se limitó a los monasterios, sino que se extendió de un extremo a otro en las comunas, las corporaciones gremiales, los burgos y feudos, siempre con una misma característica común: el progreso material unido a la salvación del alma: la impronta del Cristianismo. Solo una vez en la historia de la Europa occidental se observa el intento de crear un orden político unitario, basado en la religión, es decir, teocrático, comparable al de la cultura bizantina antes referida o a los de otras culturas orientales: China. Japón, India, el Islam, etc.: es el caso del Imperio Carolingio, que intentó regular todos los aspectos de la vida por medio de decretos de carácter religioso, regulando incluso por ley la vida de los monasterios y el canto eclesiástico. Pero eso fue un episodio histórico que desapareció y en la Edad Media la unidad religiosa se basó en la separación entre el poder espiritual y el poder temporal. Además, la característica de la historia cultural de la actual Europa es que fue un cruce entre la pacífica sociedad cristiana y la sociedad guerrera del reino bárbaro que acabaría cediendo y convirtiéndose al cristianismo. Observemos cómo las actuales banderas de los Estados que en su día eran ocupados por vikingos y otros bárbaros, tienen como emblema la cruz (Finlandia, Noruega, Dinamarca, Suecia, Suiza).
La cultura occidental surge, tras el derrumbamiento del imperio romano y la invasión de los bárbaros del norte, precisamente por la adaptación de éstos a la mayor cultura del mundo romano y sobre todo, por el sello impreso en ésta por los santos padres de la Iglesia : San Ambrosio, san Agustín, san Jerónimo, san Gregorio Magno. Esto es lo que hace que pueblos sin cultura escrita, aprendan la cultura cristiana. “Cuando Pablo, obedeciendo el aviso de un sueño, se hizo a la vela desde Troya en el año 49 y fue hacia Filipos en Macedonia, cambió el curso de la Historia ” (Dawson).
Antes, el mundo romano civilizado tenía a César como único y supremo señor. A partir de entonces el mundo romano se divide entre los que aclaman al César y los que aclaman a Cristo. Poco después se convierte el imperio romano y Roma deja de ser la sede del César para ser la Sede Apostólica de Pedro y sus sucesores..
Los nuevos reinos bárbaros tomaron a su cargo las funciones militares y políticas que había tenido el imperio romano: la espada, los impuestos, la administración de la justicia, pero todo lo demás era de la Iglesia: la autoridad moral, la enseñanza, la cultura, el prestigio del nombre “romano” y el cuidado del pueblo. Pero aunque convertidos al cristianismo, los jefes bárbaros no dejaban de serlo: venganzas entre las tribus, violencias, rapiñas, etc, Solo el temor a la ira de Dios y a la “venganza de los Santos” era lo que podía intimidar a los forajidos de las nuevas clases dirigentes. Esta era el mundo europeo de los años 500 y pico. En esta época oscura (como se la ha llamado), los santos no eran solo modelos de perfección moral a imitar y a quines rezar, sino”seres sobrenaturales que habitaban santuarios y velaban por el bien del país y su pueblo”, que hacían milagros cuando se les visitaba. Así se desplazó el culto pagano a un héroe local, hacia el culto de un santo local. Surge una nueva mitología de los santos, con variadas leyendas sobre ellos.
Las vidas de los santos y de los ascetas impresionaron a los bárbaros porque exhibían una forma de vida y una escala de valores enteramente opuesta a todo lo que habían conocido y aceptado hasta entonces.
Un aspecto importante de la influencia del Cristianismo en Europa fue, en aquellos tiempos de la “edad oscura”, las nuevas formas literarias, la poesía religiosa y la canción religiosa, que se crea y expande desde los monasterios. San Ambrosio, obispo de Milán, es quien fomenta la liturgia de la iglesia en esa edad de los años finales del siglo IV. A él se debe la conversión de San Agustín quien, en sus “Confesiones” describe el asombro y admiración que el nuevo mundo espiritual creado alrededor de Milán por S. Ambrosio y dice: “Yo no me hartaba en aquellos días de la dulzura admirable que sentía …¡Cuánto lloré con tus himnos y tus cánticos, conmovido por las voces de tu iglesia!” Esta liturgia con himnos y salmos cantados para elevar el espíritu de las gentes y hacerles olvidar las tristezas diarias, a diferencia de las canciones de oriente, eran más sobrias y sencillas, y crearon un estilo de literatura y de música que en Europa ha sobrevivido diecisiete siglos en la liturgia de la Iglesia occidental. Allí se encuentra el origen del que luego se llamó canto “gregoriano”.
Se puede decir que en esa liturgia se basó la unidad de todo el mundo cristiano de occidente, más allá de las disputas de carácter político. Hay ramificaciones de la liturgia, como la de la España visigótica, o de la Galia merovingia, además de la de Italia septentrional representada por el rito ambrosiano y, por supuesto, la de San Gregorio Magno, unificadora. Como dice Dawson: “Cuando sobre Europa occidental la oscuridad se hizo más espesa, los monasterios, más que las ciudades, conservaron la tradición de la cultura latina y los ideales de la vida cristiana. Los monjes fueron los apóstoles de Occidente y los fundadores de la cultura medieval”.
En efecto, los monasterios fueron la institución cultural más típica durante todo el periodo que se extiende desde la decadencia de la civilización clásica hasta el surgimiento de las universidades europeas en el siglo XII, o sea, durante 700 años. En Occidente, las instituciones educativas del Imperio romano fueron barridas por la invasión bárbara o declinaron y murieron por la decadencia de la cultura urbana del mundo latino. La cultura clásica, los “clásicos latinos”, se conservaron por la Iglesia y, particularmente, por los monjes, y ya en el siglo VI, las escuelas y bibliotecas creadas en los monasterios se convirtieron en los órganos principales de la cultura intelectual de Europa occidental.
Sin embargo, y esto es muy curioso de pensar , la tarea primigenia del monacato no era esa tarea intelectual. El monacato había surgido en oriente próximo, en el desierto del norte de África, como protesta contra la cultura clásica del mundo griego y romano; pretendía la negación absoluta de todo lo estimado por el mundo antiguo: el placer, la salud, el honor, la vida ciudadana, las fiestas sociales. Pero ese monacato primitivo fue luego encarrilado por personalidades del mundo cristiano occidental, como Jerónimo, Casiano y Rufino, hacia una espiritualidad más acorde con el mundo latino, y se transforma en el monacato occidental con San Benito, y San Cesáreo de Arlés. Se extiendo por España y por las Galias hasta Bretaña y llega a Irlanda con San Pancracio
Este nuevo monacato occidental no está de acuerdo con los primitivos ascetas de cabellos largos y sucios, con monjes errantes ociosos, explotando la superstición popular. San Agustín era monje, pero creador de una tradición monástica occidental, que combina la espiritualidad con la cultura, y el monacato con el sacerdocio, inspirado más en la vida común de la Iglesia primitiva que en el intenso ascetismo de los monjes del desierto. La vida en común es más necesaria para la perfección cristiana que la vida aislada del ermitaño.
Los monasterios se convierten en oasis de paz dentro de un mundo de guerras. En los países cristianizados más al norte, como Inglaterra e Irlanda, donde no había tradición de la Iglesia como en Italia, Francia o España, los monasterios son los rectores de la vida religiosa, el abad tiene el carácter de un obispo, de un caudillo espiritual. Se dedican a instruir a los conversos no solo en la doctrina cristiana sino también en la lengua latina, la de las Escrituras y liturgia, pero también iban vertiendo ya esa cultura a las lenguas vernáculas. Enseñan también nociones de ciencias naturales y técnica manuales diversas.
Los monjes italianos eran más bien campesinos. Sus ideas de trabajo humilde, pero bien hecho y la santificación del mismo, revolucionaron el orden de los valores sociales. El trabajo disciplinado e incasable de los monjes detuvo la corriente de barbarie en el occidente de Europa y se cultivaron tierras que antes habían sido desérticas y despobladas. San Molua, fundador de una orden monástica (Clonfertmulloe), en el siglo VI, escribía: “Mis queridos hermanos, arad bien la tierra y trabajad duro, para tener bastante para comer, beber y vestir. Donde hay suficiente entre los siervos de Dios, habrá estabilidad, y donde hay estabilidad hay vida religiosa. Y el fin de la vida religiosa es la vida eterna.”. En el s.XIX escribió Newman: “San Benito encontró en ruinas el mundo material y social, y su misión era restaurarlo, no por vía científica sino natural, en silencio, de modo paciente y gradual, de forma que gradualmente el boscoso pantano se convertía en ermita, en casa religiosa, en granja, en abadía, en villa, en seminario, en escuela y hasta en ciudad”.
El mayor servicio que prestaron los monjes irlandeses a la Cristiandad fue el movimiento misionero que extendió el monacato en los siglos VII y VIII , poblando de monjes las islas nórdicas hasta las Feroe e Islandia, hacia el Norte, y hacia el Este, llegando a Escocia, Bretaña del Norte. El santo más célebre y dinámico de la iglesia céltica fue San Columbano, que viajó de Irlanda al continente reformando antiguos monasterios auque la severidad de su regla fue atemperada por San Benito, cuya regla fue una especie de vía media entre el duro ascetismo céltico y el caótico panorama de las variadas y numerosas reglas y observancias gálicas..
Hay un episodio histórico negativo en el siglo VIII con la invasión de los árabes, por el sur, y después, en el s-IX con la de los vikingos por el norte. Los sarracenos llegaron hacia el 720, pasando por la península ibérica, hasta Narbona (Francia) y en los años siguientes todos los antiguos centros monásticos de la Galia meridional, fueron saqueados. Carlos Martel, que detuvo a los árabes en Poitiers en el 732, también expropió monasterios para compensar a sus guerreros “cristianos”. Se perdieron para la Cristiandad los territorios civilizados del norte de Africa y las iglesias de España que tanto habían contribuido a la expansión de la Cristiandad en la Europa occidental.
Carlos Martel, aliado con misioneros y monjes anglosajones, y con el Papa, extendieron sus dominios y su poder también hacia Alemania, ayudado aquél por su hijo Pipino “el Breve” y los hijos de éste, Carlomán y Carlomagno; de ellos surgió el imperio Carolingio que cité al principio. Con este imperio se extendió la Regla de San Benito (los benedictinos) como modelo universal de vida religiosa en Occidente. Se reformó la liturgia, impuesta por Carlomagno, y se introdujo un rito común a toda Europa occidental. Atrajo a su corte a los hombres más sabios de su tiempo, y difundió las letras y las ciencias y estableció un centro de estudios donde, por primera vez en la Edad Media , sabios y nobles, juristas y eclesiásticos, se encontraron para el desarrollo de la cultura.
(continuará)
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