LA DEVOCION A LA VIRGEN
La devoción y consiguiente culto a María se inicia, según
muchos autores, antes de que existiese ella, en el Antiguo Testamento, en el
pasaje del Génesis conocido, por ello, como “protoevangelio”, cuando se relata
cómo Dios, tras el pecado de Adán y Eva, dice a la serpiente que pondrá
enemistad entre ella y la mujer, quien le quebrará la cabeza. (Gn 3, 15)
El primer acto de culto a María, en persona, se da en el
momento de la Anunciación, cuando el ángel Gabriel le dice:
“Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo” y,
añade, “bendita eres entre las mujeres”, y que daría a luz al Hijo del
Altísimo.
Poco después, su prima Isabel, la saluda con alegría y gran
respeto, llamándola “bendita entre todas las mujeres y bendito el fruto de su
vientre”, pues ella –como dice Isabel- es “la
Madre de mi Señor”.
Las primeras generaciones de cristianos comenzaron a honrar
a la Virgen con una devoción y culto privado, no oficial, pues al principio el
culto de la Iglesia se dirigía al Señor y a los mártires, dado que eran tiempos
de persecuciones. Pero se ven en las catacumbas pequeñas imágenes de la Virgen
y la conocida invocación “Ave María”, por lo que se ve que se acogían a su
protección para la salvación eterna de los muertos.
Se le empezó a llamar, como se hace en nuestra tierra
valenciana, Madre de Dios, a lo cual se
oponían las herejías de Arrio y de Nestorio, según las cuales María era solo
madre de un hombre llamado Jesús. Gran importancia tuvo el Concilio de Éfeso
(año 431) y el siguiente de Constantinopla, en los que se define que María, al
ser Madre de Jesucristo, que es una sola persona, con dos naturalezas: humana y
divina, es, por tanto, Madre de Dios en sentido propio y no figurado.
A partir de entonces el culto público, llamado de
“hiperdulía” para distinguirlo del debido a los santos y ángeles, que es de
dulía, y siempre diferente del debido a Dios, de adoración o “Latría”, se fue
incrementando y extendiendo, desde Oriente a todo el Occidente. Se dedican
templos en el periodo bizantino (S. V al VII) a la Virgen en Efeso, Nazaret,
Jerusalén, Belén, Constantinopla, y en España, en Zaragoza, Mérida, Toledo, así
como en otras ciudades y conventos.
La primera fiesta en honor de la Virgen parece ser que fue
la de la Asunción, aunque había otra en tiempo de Adviento.
En la Edad Media (S. X al XV) la devoción a María lo invade
todo: la liturgia, las artes, la literatura, etc. y se crean más fiestas en su
honor: la Natividad de María, la Inmaculada Concepción (unos siete siglos antes
de la proclamación de este dogma), se componen himnos, poesías, sermones y
oraciones, como el Avemaría, al Ángelus o el Regina Coeli; se difunde la
práctica del Rosario (gran defensor, Sto. Domingo de Guzmán), las Letanías y
otras prácticas piadosas, como las romerías. Surgen santuarios marianos (Pilar,
Covadonga,. Monstserrat).
En el siglo XVI llega el Protestantismo que ataca el culto,
la devoción, las imágenes y los templos dedicados a María, muchos de ellos
devastados y destruidas las imágenes. Pero la reacción no se hace esperar, y en
la Contrarreforma destacan, entre otros, los jesuitas, con Pedro Canisio y
Francisco Suárez, como destacados; también, San Francisco de Sales y Santiago
Bossuet. Aparecen nuevas fiestas: la del Rosario, la de la Merced, el Dulce
Nombre de María, etc.
El siglo XIX hay que destacarlo por ser eminentemente
mariano pues en él aparecen nuevas fiestas (el Inmaculado Corazón, Mª
Auxiliadora, Mª Mediadora), y muchas congregaciones religiosas: Maristas,
Marianistas, Siervas de María, Oblatos. En 1854 se proclama el dogma de la
Inmaculada Concepción. Innumerables libros, estampas, pinturas, sobre María
aparecen por todas partes y ya en el siglo XX, en 1950, se proclama el dogma de
la Asunción de María: último dogma sobre la primera fiesta de la Virgen de la
Historia.
El Concilio Vaticano II dio un gran apoyo a la devoción de
María, cuyo culto era solapado o atacado por algunos miembros de nuestra
Iglesia, y declara que el culto de María, acerca al de Jesucristo. Pablo VI,
con sus cartas “Mense maio”, “Christi Matri”, “Marialis cultus”, entre otras, y
Juan Pablo II sobre todo, con su famosa “Redemptoris Mater” pregonan el culto a
María, peregrina en la Fe, Madre de Cristo, y por tanto, intercesora y
mediadora ante Él, destacando el papel decisivo en la obra de la Redención que
tuvo María.
Por José Mª Catret
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