PERDONANOS NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIEN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN (III)
Cuando nosotros decimos que Dios nos perdone como
también nosotros perdonamos, podría parecer que perdonar a los demás sea una
condición para recibir el perdón de Dios, o más aún, que perdonando a los demás
merezcamos el perdón de Dios. No es así. Dios nos perdona gratuitamente, sin
mérito alguno por nuestra parte. Este es uno de los pilares de la teología del
Nuevo Testamento: como Dios nos ha perdonado, nosotros podemos perdonar. Pero
el que no perdona a los demás está diciendo que rechaza el perdón de Dios, de
modo que en él, el perdón no tiene efectos; en la práctica es como si Dios no
le hubiese perdonado. (Borrell, o.c. pag. 70).
Ante Dios todos somos “deudores“, todos hemos
contraído deudas impagables. ¿Cómo podemos salir de esta situación?. En primer
lugar, pidiendo y aceptando humildemente el perdón, porque no hay otro camino
que lleve a la remisión de los pecados. Después, comprometiéndonos a hacer a
los demás lo que Dios ha hecho con nosotros. Así pues, el perdón a los que nos
ofenden no es la condición previa para que Dios nos perdone, sino la expresión
verdadera de que su gracia en nosotros no ha sido vana. El perdón de Dios
capacita al hombre para perdonar al hermano; de esta forma la paternidad de
Dios se convierte en fuente de fraternidad.
Todo el Evangelio subraya la estrecha relación que
existe entre el perdón de Dios a los hombres y nuestro perdón a los hermanos.
Si Dios lo perdona todo, ¿cómo es posible que sus hijos no se perdonen
mutuamente las ofensas cometidas y sufridas?.
¿Qué es primero: el perdón de Dios al hombre o el del
hombre al prójimo?. La parábola del “siervo sin piedad“ (Mt 18, 21-35 nos da
una respuesta precisa: siempre es primero el perdón de Dios, que lo da al que
se lo pide; pero espera justamente que el hombre haga lo mismo con su hermano.
El perdón de Dios es ineficaz cuando negamos el perdón a los que están a
nuestro lado. Sin nuestro compromiso de perdonar a los hermanos, el perdón que
Dios nos concede es estéril.
Sólo en el perdón realiza el hombre su vocación y se
hace “semejante a Dios“. Con frecuencia resulta difícil perdonar; pero la
negación del perdón impide toda forma de familiaridad y de comunidad cristiana.
La paz, la fraternidad y la civilización
de la verdad y el amor nacen sólo del perdón. La paz comienza siempre por la
reconciliación, y ésta presupone el perdón.
En el Padrenuestro, la petición se hace en primera
persona del plural como la petición del pan de cada día. Somos una comunidad de
pecadores: hemos contraído deudas con Dios y con los hermanos. El perdón de
Dios cose de nuevo los lazos en vertical; el perdón entre los hermanos cose de
nuevo los lazos en horizontal. Sólo así comienza a despuntar el mundo reconciliado
y se inaugura el reino de la misericordia
(Benini, o.c. p.p. 157-163).
LA
RECONCILIACION .-
Puesto que el pecado es una ruptura con Dios, con la
comunidad y consigo mismo, se hace necesaria una triple reconciliación:
1.-Reconciliación
con Dios.-
Consiste en descubrir y redescubrir el amor de Dios
viviente, que nos llama a una continua conversión. El pecado nos aleja de Dios
y tenemos que encontrarle de nuevo, reconciliándonos con Él. En esta
reconciliación la delantera la lleva siempre Dios. El pecado es una deuda con
Dios, que necesita reparación y que sólo Dios puede reparar. Lo único que tiene
que hacer el hombre es estar abierto al perdón, acogerse a la reconciliación
que el Señor ha hecho ya con nosotros por medio de Jesucristo (2 Cor 5 ,18).
2.-Reconciliación
con la comunidad.-
Consiste en establecer y restablecer las relaciones
más normales, humanas y cristianas, con todos y a todos los niveles; en la
capacidad de vivir pacíficamente y como Dios manda en sociedad, en solidaridad
con los demás, con los que hay que saber convivir y a los que hay que servir y
amar.
El hombre no puede reconciliarse con Dios, si no se
reconcilia antes con sus semejantes. La reconciliación consiste en vivir
fraternalmente, en amar y ser amado. El que no perdona es porque no ama, pues
el amor lo perdona todo, hasta llega a justificarlo todo (1 Cor 13,7).
3.- Reconciliación
con uno mismo.-
El pecador debe reflexionar de manera seria y
objetiva, sobre las realidades que le condicionan, con el fin de asumir el pasado
pecaminoso tal y como haya sido, afrontar el presente tal y como es, y
programar el futuro tal y como debe ser.
Hay que
acentuar en uno los sentimientos de culpabilidad, el reconocimiento de los
propios errores, del camino equivocado, que se haya podido recorrer. Sólo desde
ahí podrá emprender el camino de la penitencia, el cambio de vida, pues sólo el
que se siente pecador puede ser perdonado y comenzar una vida nueva. El
fariseo, que se siente limpio de todo pecado es incapaz de cambiar, de convertirse,
pues no siente necesidad alguna de hacerlo (Martín Nieto, o.c. págs. 180–181)
Por Francisco Pellicer
Fotografía Mª del Carmen Feliu Aguilella
Por Francisco Pellicer
Fotografía Mª del Carmen Feliu Aguilella
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