DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
<Llamados a ser testigos de Cristo Salvador>
<En comunión con la Iglesia,
abrazados a la Cruz de Cristo
y haciéndonos entender por el mundo de hoy,
hemos de proclamar, como el Bautista,
que Jesucristo es el Salvador>.
Homilía desde la parroquia Santiago Apóstol de Ermua, Vizcaya.
Alex Alonso Gilsanz, párroco.
Domingo II del Tiempo Ordinario
19 de enero de 2014
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Hemos celebrado con gozo los misterios de la Navidad del Señor y de su Epifanía. Ahora empezamos a celebrar el tiempo que llamamos ordinario, porque no hay fiestas solemnes especiales. Aunque, en realidad, no hay ningún domingo ordinario; ninguna Eucaristía es ordinaria, cada fracción del pan es un acontecimiento extraordinario.
En la primera lectura se recogen nuevos destellos del Siervo de Dios: desde el principio formado y escogido, no sólo para restaurar al pueblo de Israel, sino para ser luz de todos los pueblos, para llevar la salvación hasta el confín de la tierra.
Además, comienza hoy la lectura de la primera carta a los corintios que va a extenderse a lo largo de siete domingos. La encabeza un saludo, una mención a los remitentes y otra a los destinatarios. Los remitentes son Pablo y Sóstenes. Pablo se presenta como el servidor de una misión a él confiada. Es un elegido y un enviado por Dios. El amor de la elección no se repliega sobre sí mismo, sino que se desdobla en una desbordante actividad evangelizadora. Escribe Pablo probablemente desde Efeso, en la pascua del año 54, tres años después de la evangelización de Corinto.
Este domingo recoge los ecos de la Epifanía. Juan no sólo bautizó a Jesús, sino que dio testimonio de él. No podía callar lo que había visto y oído. Juan fue profeta que anunció la llegada del Mesías, fue el primero que reconoció al Ungido de Dios y fue el primero que lo presentó y manifestó. Por eso fue el primer gran testigo, como sería el primer mártir.
En el evangelio de hoy escuchamos de labios del Bautista una serie de afirmaciones sobre Jesús que nos muestran como éste es el elegido y enviado de Dios. Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo; es el Hijo de Dios. El mismo Espíritu Santo que permanece en Jesús, es el que El, a su vez, nos enviará, para seguir dando testimonio del Señor.
Cada hombre, cada mujer para conocer a Dios necesita del Espíritu de Dios, uno de cuyos dones es precisamente el de sabiduría e inteligencia, "El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. Nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios" (1Co 2,10-11).
Si el Bautista necesitó del Espíritu Santo para reconocer al Mesías ¿cómo no lo vamos a necesitar nosotros?. Lo necesitamos para ahondar en el misterio de Cristo. Lo necesitamos para entrañar su Palabra y reconocer su acción en nosotros. Lo necesitamos para captar las distintas presencias de Cristo: sacramentos, comunidad, pobres... Y lo necesitamos para dar testimonio de Jesús.
¡Cristo no deja indiferente! La fe tiene que ser contagiosa y expansiva. El que ha sido evangelizado enseguida se convertirá en evangelizador, aunque sólo sea con el testimonio de su vida. "Como dice la Escritura: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos" (2Co 4,13). Actualmente se nos repite que la Iglesia lo que más necesita son testigos. Tu testimonio, unido al de los hermanos en la fe, será más valioso.
Para dar testimonio podríamos manifestar y decir:
- Que Jesucristo está vivo, que lo sientes en ti y en los hermanos-as unidos.
- Que desde Él, tu vida ha cambiado, saliendo de ti.
- Que encuentras en ti una fuente secreta de alegría.
- Que ya no temes nada, ni siquiera a la muerte.
- Que quieres compartir cuanto tienes y cuanto eres.
- Que nunca te sientes solo.
- Que estás seguro de que todo terminará bien.
- Que tu ley y tu religión y tu fe son las del AMOR.
Hay otro mensaje en el evangelio de hoy que no quisiera pasar por alto: el pecado no es solamente algo que puede ser perdonado, sino algo que debe ser quitado y arrancado de la humanidad.
Jesús es presentado como alguien que "quita el pecado del mundo". Alguien que no solo ofrece el perdón, sino también la posibilidad de ir quitando el pecado, la injusticia y el mal que se apodera de nosotros. Creer en Jesús no consiste solo en abrirnos al perdón redentor de Dios. Seguir a Jesús es comprometernos en su lucha y su esfuerzo por quitar el pecado que domina a los seres humanos con todas sus consecuencias.
“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”
Repetimos esta aclamación en la eucaristía todos los días, ¿Qué supone para mí que Jesús sea el cordero que me libera del pecado? ¿Consigo convencerme de que su humanidad es la base segura para yo sentirme comprendido-a y querido-a por Él?
Jesús recibió el don del Espíritu que le poseyó plenamente, ¿Lo pido al Padre y me dejo poseer por el mismo Espíritu?, ¿Qué medios he de poner para conseguirlo?.
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