HOMILIA. DOMINGO I DE ADVIENTO. 1 DICIEMBRE 2013
ADVIENTO: Dios está aquí.
ADVIENTO: Dios está aquí.
< Una esperanza activa para los tiempos que corren. >
La misma palabra Adviento quiere decir que Alguien viene. A Dios no se le conquista, se le acoge. El Dios de Jesús es don gratuito, amor desbordante, que irrumpió en la historia superando todas las previsiones de María y de José, pero ambos acogieron al Dios que rompía sus cálculos. La Navidad no es una mera rememoración del pasado. Dios está viniendo siempre a nuestra vida, continuamente nos está llamando y nos está comunicando su vida y amor. Nuestra capacidad para captarle es muy limitada y, además, con frecuencia está obturada por el pecado. La primera actitud del creyente es la apertura al misterio de Dios, a los caminos de su voluntad en la historia, a sus llamadas desde la realidad, particularmente desde el prójimo necesitado.
Dios está siempre a nuestra puerta llamando, sin forzar nunca, pero deseando que oigamos su voz y le abramos para entrar y compartir la mesa con nosotros (Ap 3,20). Pero abrirnos de verdad a Dios nos da miedo, parece que nos perdemos y nos entra vértigo, quedamos apegados a nuestros caminos trillados y seguros. Para María y José discernir la voluntad de Dios y aceptarla supuso un cambio radical e inesperado en sus vidas.
La Iglesia grita a través del tiempo y en cada Adviento: "¡Ven, Señor Jesús!". Porque esperamos la venida definitiva del Señor, que será nuestra liberación plena. La primera lectura, del profeta Isaías, nos hace fijar la mirada en ese horizonte. Isaías es el gran profeta del Adviento. Un gran místico, es decir, un hombre capaz de vislumbrar dónde y cómo está Dios en la historia, y un extraordinario poeta que sabe expresar esa visión en imágenes bellísimas que conectan también con los anhelos más profundos de la humanidad.
En medio de un tiempo muy parecido al nuestro, en el que la violencia se desparrama por doquier y la seguridad se pone en la fuerza y el dominio sobre el otro, Isaías imagina y anuncia el "final de los días", la meta a la que está llamada y hacía la que se encamina la humanidad, como la reunión de todos los pueblos en torno a Dios en una convivencia pacífica y reconciliada. Los instrumentos de muerte (lanzas, espadas) se transformarán en herramientas de trabajo para la vida (arados, podaderas). "No alzará la espada pueblo contra pueblo. No se adiestrarán para la guerra".
El evangelio de Mateo también nos habla del final de los tiempos, pero con un lenguaje más complicado, apocalíptico, que en un primer momento nos puede sonar amenazante. Parece que nos dijera que tenemos que cuidarnos de estar a bien con Dios porque cuando menos lo esperemos, puede venir el Hijo del hombre y, si nos pilla sin haber arreglado nuestra vida, quién sabe lo que puede pasar.
Sin embargo, en ese envoltorio aparentemente opaco, nos llega el mensaje central de las lecturas de hoy. Es verdad que al final de los tiempos, "cuando venga el Hijo del hombre", se pondrá de manifiesto lo valioso o inútil que hemos construido nuestra vida ("a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán..."). Pero el evangelio nos está diciendo que aún estamos a tiempo de reorientar el rumbo. No ha llegado todavía el "final de los tiempos". Aún estamos en "este tiempo" y, por lo tanto "estamos a tiempo". Nuestra historia humana, nuestra historia personal, no están cerradas. Todavía están en nuestras manos y podemos hacer que sean mejores de lo que son.
Cada año, en el primer domingo de Adviento, resuenan de un modo u otro las palabras de Jesús en este evangelio: ¡Estad en vela! ¡Vigilad! ¡Vivid atentos!. No seamos como la gente en tiempo de Noé, viviendo entretenidos en nuestras ocupaciones cotidianas sin darnos cuenta de que, con nuestro modo de vivir, estamos haciendo que las cosas sigan como están, con sus inercias, heridas, abusos... o podemos ayudar a que caminen hacia más vida para nosotros mismos y para todos.
El primer domingo de Adviento es como un despertador que sacude la inercia con la que vivimos, a veces, nuestras vidas o el derrotismo que nos hace pensar que no podemos cambiar nada. "Ya es hora de despertaros del sueño", nos dice la segunda lectura. Los cristianos hemos de vivir como si cada día que pasa, el Señor estuviera un poquito más cerca. "La noche está avanzada, el día se echa encima". Así es en verdad. Y esa convicción, lejos de llenarnos de temor o de hacer que nos desentendamos de la realidad, nos tiene que llevar a vivir una vida más esperanzada, más consciente y comprometida. Una vida de criaturas nuevas, "revestidas del Señor Jesús", despojadas de todo lo que nos cierra horizontes y nos curva sobre nosotros mismos (las actividades de las tinieblas) y pertrechadas de todo aquello que nos hace más capaces de abrir espacios de humanidad en nuestro entorno y en nuestro mundo (las armas de la luz).
¿Cómo voy a vivir este Adviento?, ¿Cuidaré más la oración y la vida sacramental?. ¿Estaré más cerca de quien me necesita?, ¿Seré promotor de esperanza?...
Se trata de esperar al Señor con atención, pero sin tensión. De Dios nunca podemos esperar malas noticias. Dios siempre es buena noticia. Dios siempre es salvación. Dios no anuncia desgracias, sino gracia. Y el Adviento debiera ser un tiempo para desprendernos de todo lo viejo que hay en nosotros, para desprendernos de una mente envejecida por nuestras viejas ideas, para desprendernos de un corazón apolillado por un corazón recién estrenado...
A eso nos invita esa llamada a la vigilancia.
Que el pan y el vino, que ponemos en el altar y que Dios nos los devuelve convertidos en su Cuerpo y en su Sangre, nos despierten y nos renueven.
FELIZ TIEMPO DE ESPERA!!
Alex Alonso Gilsanz
Párroco de Santiago Apóstol. Ermua -Vizcaya-
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