Los Evangelios en repetidas ocasiones nombran a San José como padre de Jesús, y habitualmente es así como lo llamaba Jesús en la intimidad de Nazaret al dirigirse al Santo Patriarca. Jesús siempre fue considerado hijo de José y éste siempre ejerció el oficio de padre dentro de la Sagrada Familia.
Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació virginalmente para María y para José por voluntad divina. Dios quiso que Jesús naciera dentro de una familia y estuviera sometido a un padre y a una madre y cuidado por ellos.
San José tuvo para Jesús verdaderos sentimientos de padre, su corazón estuvo bien preparado con un amor ardiente hacia el Hijo de Dios y hacia su esposa, mejor que si se hubiera tratado de un hijo por naturaleza. José cuidó de Jesús amándolo como a su hijo y adorándole como a su Dios. Amó a Jesús como un don misterioso de Dios otorgado a su pobre vida humana. Se consagró sin reservar sus fuerzas, su tiempo, sus cuidados. Su amor era dulce y fuerte, tranquilo y ferviente, emotivo y tierno. Podemos representárnoslo con el Niño en brazos cantándole y acunándolo para que durmiera, haciéndole pequeños juguetes y prodigándole sus caricias como hacen los padres.
San José vivió sorprendido de que el Hijo de Dios hubiera querido ser también su hijo.
Hemos de pedir a San José que sepamos nosotros quererle y tratarle como él lo hizo.
El evangelio de Lucas nos refleja con un humanismo enternecedor y profundo esa realidad cuando Jesús se pierde a los doce años en el viaje a Jerusalén, que obliga a sus padres a regresar de nuevo a la ciudad al apercibirse de su extravío, hasta el momento dichoso de descubrirlo -qué maravilla- hablando con autoridad a los doctores de la ley. Y Lucas cuenta el diálogo entre María y su hijo: "Cuando sus padres le vieron, quedaron sorprendidos, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote."
Por francisco pellicer valero
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