El bienaventurado San José fue asistido en su hora postrera por el mismo Señor y por su Madre. Vencedor de esta mortalidad, aureoladas sus sienes de luz, emigró a la Casa del Padre.
Había llegado la hora de dejar este mundo y con él dos tesoros, Jesús y María, que le estaban encomendados y asistido con la gracia de Dios, les procuró lo necesario con su trabajo diario. Había cuidado del hijo de Dios y ese sin fin de cosas que un padre desmenuza con pequeñas explicaciones a su hijo. Terminó su oficio paterno que ejerció fielmente con la máxima fidelidad. Consumó la tarea que debía llevar a cabo.
No sabemos en qué momento tuvo lugar la muerte del Santo Patriarca. Cuando Jesús tenía doce años es la última vez que aparece en vida en los evangelios. También parece cierto que le hecho de la muerte debió tener lugar antes de que Jesús comenzara el ministerio público. Al volver Jesús a Nazaret para predicar, la gente se preguntaba: "¿Pero no es este el hijo de María". De ordinario no se hacía referencia directa de los hijos a la madre sino cuando ya había muerto el cabeza de familia. Cuando es invitada María a las bodas de Cana, al comienzo de la vida pública, no se nombra a José, lo que sería insólito según las costumbres de la época si el Santo Patriarca viviera aún. Tampoco se le menciona a lo largo de la vida pública del Señor; sin embargo los habitantes de Nazaret llaman en cierta ocasión a Jesús "el hijo del carpintero", lo que puede indicar que no había pasado mucho tiempo desde su muerte, pues aquellos todavía lo recuerdan. José no aparece en el momento en que Jesús está a punto de expirar. Si hubiese vivido aún, Jesús no habría confiado el cuidado de su Madre al apóstol predilecto. Los autores están conformes en admitir que la muerte de San José tuvo lugar poco tiempo antes del ministerio público de Jesús.
No pudo tener San José una muerte más apacible, rodeado de Jesús y de María, que piadosamente le atendía. Jesús le confortaría con palabras de vida eterna. María, con los cuidados y atenciones llenos de cariño que se tienen con un enfermo al que se quiere de verdad. La piedad filial de Jesús le acogió en su agonía, le hablaría del convite celestial al que iba a ser invitado por el Padre Eterno. Vas a entrar en la casa celestial para recibir tu salario.
Jesús y María cerraron los ojos de san José y prepararon su cuerpo para la sepultura.Es lógico que san José haya sido proclamado Patrono de la buena muerte. Pues nadie ha tenido una muerte más apacible y serena y entre Jesús y María. A él pediremos cuando ayudemos a otros en sus últimos momentos. A él pediremos ayuda cuando vayamos a partir hacia la Casa del Padre. Él nos llevará de la mano ante Jesús y María.
Por francisco pellicer valero