VULTUS CHRISTI
Cada
vez que leo el llamado «Himno de Sant Bult» en el que se refiere a la imagen
venerada en el barrio valenciano de la Xerea como el “Santo Bulto”, me duele
profundamente.
Hemos de suponer que la
confusión proviene del hecho de que en valenciano se haya escrito siempre con “b”
y de que se relacione popularmente con los llamados “bultos” de la Procesión de
las Fiestas Vicentinas dedicadas a San
Vicente Mártir que rememora el bautizo de nuestro otro Patrón, San Vicente
Ferrer.
El hecho de que un error se
propague y sea aceptado por la mayoría… no lo convierte en verdad universal. Y
esto es penoso. Cristo no es un “bulto”.
Lo
cierto es que la expresión proviene del latín «vultum» que significa rostro; en
este caso, el rostro de Dios. Y el rostro de Dios es Cristo que hace visible al
Padre.
A
lo largo de toda la Biblia encontramos profusamente referencias al rostro de
Dios, a su mirada, a sus ojos.
Desde
el Génesis apreciamos que el rostro de Dios no es visible, salvo en el caso de
una concesión especialísima: “He visto a Dios cara a cara, y ha sido preservada
mi vida” Gn 32.
En
Exodo y Números se produce otro hecho que proclama la elección de su siervo,
Moisés, quien puede ver el rostro de Dios “cara a cara como quien habla con un
amigo”, pero, acaso ¿no es el inicio de la misión mosaica la comunicación
primera de Dios diciendo: ”He visto la aflicción de mi pueblo”? Moises, siendo
un hombre como nosotros entró en la confianza del Señor, en la Tienda del
Encuentro, de la que salía radiante y transfigurado; ello le obligaba a cubrirse
con un velo para que nadie se fijara en sí mismo, de la misma manera que el
sacerdote, al elevar la Custodia, se cubre con el Paño Humeral para que sólo
quede a la vista lo Divino.
Y
la bendición sacerdotal o aaronítica, que adoptó San Francisco de Asís, es un remanso
de paz porque nos garantiza la misericordia divina.
En
los libros del Antiguo Testamento es tan patente la aflicción del fiel a quien
Dios “esconde su rostro”, tan doliente la lamentación de aquel que, en apariencia
ha sido abandonado por Dios, que su clamor se eleva hasta el Cielo reclamando
la mirada del Creador porque el resplandor de su mirada sobre el orante es sin
duda la salvación. La queja se convierte en súplica y en deseo y en confianza
y, aunque son varios los Salmos que nos lo muestran, el siguiente es el que
penetra hasta lo más hondo de esos sentimientos:
Salmo 26
Confianza ante el peligro
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.
Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo.
Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.
El me protegerá en su tienda
el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca;
y así levantaré la cabeza
sobre el enemigo que me cerca;
en su tienda sacrificaré
sacrificios de aclamación:
cantaré y tocaré para el Señor.
Escúchame, Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro.”
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan,
el Señor me recogerá.
Señor, enséñame tu camino,
guíame por la senda llana,
porque tengo enemigos.
No me entregues a la saña de mi adversario,
porque se levantan contra mí testigos falsos,
que respiran violencia.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.
Y
la Acción de Gracias subsiguiente
Salmo 31
Acción de gracias de un pecador perdonado.
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.
Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto un fruto seco
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: “Confesaré al Señor mi culpa”,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará.
Tu eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.
- Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,
fijaré en ti mis ojos.
No seáis irracionales como caballos y mulos,
cuyo brío hay que domar con freno y brida;
si no, no puedes acercarte.
Los malvados sufren muchas penas;
al que confía en el Señor,
la misericordia lo rodea.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor;
aclamadlo, los de corazón sincero.
La
Encarnación de Dios-con-nosotros es de manera definitiva ver en Jesús, hecho
hombre, acampado entre nosotros, el rostro de Dios revelado a la Humanidad.
« Al acercarse la pasión del Señor –evoca Benedicto XVI–,
el apóstol Felipe le pide a Jesús algo bien práctico y concreto, que nosotros
también hubiéramos dicho: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta"
(Jn. 14,8). Y Jesús responde no solo para Él sino también para nosotros,
llevándonos "al corazón de la fe cristológica". El Señor le dice:
"El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn. 14,9). Esta es,
observa el Papa, la expresión sintética de la novedad del Nuevo Testamento,
novedad que apareció en la gruta de Belén: "Dios se puede ver, manifestó
su rostro, es visible en Jesucristo".
Y es que para la Biblia, en palabras de Benedicto XVI, "el
esplendor del rostro divino es la fuente de la vida, es lo que permite ver la
realidad; la luz de su rostro es la guía de la vida".»
El
Nuevo Testamento es el relato de la revelación, de la manifestación de Dios
hecho hombre por Amor que, como Mediador de la Nueva Alianza nos hace conocer
al Padre. La Buena Nueva es que Dios ha venido a nosotros, nos ha mostrado su
rostro y, en cumplimiento de las Escrituras, ha fijado su morada entre su
pueblo: ¡en la Eucaristía!
“Verán su rostro y llevarán su
nombre en la frente.
Noche ya no habrá; no tienen
necesidad de luz de lámpara ni de luz
del sol, porque el Señor Dios los
alumbrará y reinarán por los siglos de los
siglos.” Ap 22
“Buscad
al Señor con sencillez de corazón
Porque
se deja encontrar de los que confían en El”
Texto y fotografía: Mª
del Carmen Feliu Aguilella