“ORIGEN
Y CONSECUENCIAS DEL PECADO”
El
problema del mal ha preocupado a los hombres en todos los tiempos; este
problema se plantea como constituido por la trilogía pecado, sufrimiento,
muerte. Diversas corrientes filosóficas, antiguas religiones politeístas… no
han sido capaces de hallar una explicación así que sigue siendo una inquietud
sin solución. Sin embargo, en los capítulos 2 y 3 de Génesis vamos a encontrar
una respuesta, una solución lógica y coherente. Sabemos que Dios es el artífice
de la Creación y que todo lo creado es por ello bueno. Crea al hombre en un
estado de perfección, inocencia y felicidad. La condición: que el hombre permanezca
en la amistad divina y dentro del orden moral que Dios marca, orden moral que
vincula al hombre con el resto de la Creación.
LA CREACION
En el capítulo
2 del Génesis, con su relato de la creación, el autor sagrado nos prepara ya
para el desenlace que se producirá con la caída del primer hombre. La
providencia divina es el sujeto de este relato. Tras la creación del cielo y la
tierra, ésta se halla vacía, sin vegetación ni ningún ser viviente. Así Dios
crea un orden en que difieren sensiblemente los autores Yahvista y Sacerdotal,
y coloca sobre esta creación al hombre. El Yahvista refiere la creación del
hombre después de conformado el “jardín” y más tarde, la creación de los
animales a los que Adán proporcionará nombre, mientras que en el capítulo 1 de
Génesis, obra del autor Sacerdotal, el hombre es creado al final del proceso
creador según un orden creciente de perfección. No es sólo ésta la diferencia
ya que su narración es más grandilocuente y estereotipada que difiere de la
riqueza expresiva del Yahvista.
Con un
lenguaje lleno de antropomorfismos, el Yahvista, nos relata esta creación como
un acto inmediato de Dios que le forma, le modela desde el barro e insufla su
aliento de vida, privilegio que se repite con la creación de la mujer a quien
Dios crea a partir de una costilla del hombre, a partir de su misma materia.
El creador
coloca al hombre en el centro de un paraíso que queda bajo su cuidado; le
presenta así mismo a los animales que ha creado para que él les dé un nombre y
los conozca, y éstos serán sus auxiliares.
Así pues, el
hombre aparece como un ser consciente de la naturaleza que lo rodea, de su
superioridad sobre las cosas creadas y con una capacidad de discernimiento en
lo moral: Dios le entrega la creación, el paraíso es suyo, pero una condición
“del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que
comieres de él, morirás sin remedio”.
El autor nos
instruye acerca de la situación privilegiada de la primera pareja. Siempre con
ese lenguaje antropomórfico que le caracteriza nos muestra a un Dios cercano,
en intimidad con el hombre y a éste viviendo en un estado de felicidad, de paz
interior y de armonía con todo lo creado. Está libre del dolor y de la muerte
por un don gratuito, generoso del creador. Y sobre todo, el hombre tiene
conciencia de su libertad para elegir. La única condición divina, como antes
decíamos, es que se mantenga dentro del orden establecido, que siga en su
amistad por medio de la obediencia, probando de este modo su libertad. La
transgresión del precepto del creador, la rebelión moral que supone, constituye
el primer pecado y sus consecuencias serán gravísimas para el hombre inocente y
feliz del paraíso.
La obra de
Dios pasará de una armonía y una belleza perfectas a una ruptura de esa armonía
por causa de la acción del hombre, pero no le afectará solamente a él. El
hombre hace uso de su libertad y al decidir en base a ésta y alejarse de la
órbita de la amistad de Dios, arrastra tras de sí a toda la humanidad ya que su
fallo le trasciende y en él está el embrión de toda la humanidad. A ésta, en el
primer hombre, ha otorgado Dios un paraíso de donde sólo había desierto, le ha
dado la vida, le coloca en una condición de superioridad, y todo esto lo
perderá por el pecado de Adan y Eva.
EL
ORIGEN DEL PECADO
En
el lenguaje simbólico y colorista del autor Yahvista, el pecado se produce por
una desobediencia de la primera pareja cuyo acto externo es comer del fruto del
árbol de la ciencia del bien y del mal que les había sido vetado por Dios, y no
debe tratarse de ninguna bagatela cuando el creador advierte que la sanción
será la muerte, que interpretaremos no como una muerte inmediata sino como la
revocación de la inmortalidad. Es cierto que al descubrirse el pecado, el
hombre no muere, pero sí pierde absolutamente todas las prerrogativas otorgadas
por Dios, la inocencia, el estado de felicidad en que vivía, la intimidad de
Dios, y el discernimiento moral.
Debemos, por
tanto, investigar la naturaleza del primer pecado, que marcará para siempre tan
funestamente a la Humanidad.
La limitación
impuesta por Dios es una prueba a su libertad pero el hombre se encuentra entre
el precepto divino y la tentación que le es externa. Y en esa tentación se
contradicen las palabras de Dios “…no moriréis. Es que Dios sabe que el día que
comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del
bien y del mal”; y así quedó sembrado el
pecado en el corazón de los primeros hombres. ¿Acaso no era apetecible
colocarse a la altura de Dios? No bastaba con el orden establecido y con la
relación que la bondad divina mantenía con ellos. Dejándose llevar por la
soberbia y creyendo que así poseerían la facultad de determinar qué era bueno o
malo, rompiendo con la sumisión a la voluntad de Dios, caen en el engaño. En
este acto interior del pecado narrado en Gen 3, el hombre se levanta sobre su
condición de creado para exigir una autonomía moral y ponerse a la altura de
Dios, trastocando con ello el plan divino de la creación.
Los diversos
exégetas vienen a coincidir en que éste es un pecado de soberbia, si bien hay
diversas matizaciones; entre los exégetas católicos, ven muchos el relato en su
sentido literal explicando que el acto externo del pecado constituye un pecado
de desobediencia que proviene de un espíritu de independencia. Para otros, la
narración es de carácter simbólico y dan una explicación a cada elemento de
ésta: el árbol de la ciencia es la aspiración del hombre a poseer un saber
superior al que por naturaleza le corresponde, un deseo de determinar lo bueno
y lo malo independientemente de la voluntad de Dios; comer de ese fruto es pues
un acto de rebeldía contra la voluntad divina, es una pretensión de ser
semejante a Dios (como se deduce de la conversación entre Eva y la serpiente).
El autor habría utilizado los diversos símbolos para transmitir la idea de este
primer pecado a sus contemporáneos, acomodando su mensaje a la mentalidad de la
época.
Por otro lado
algunos exégetas no católicos explican esta narración no desde la óptica del
pecado de los primeros hombres sino como un deseo de pasar a un nivel superior
de evolución, de racionalidad. Incluso algunos piensan en la búsqueda de un
grado superior de civilización, apartado de Dios, o la aspiración a la
inmortalidad.
Por último,
diversos exégetas, entre ellos algunos católicos, ven en el pecado original una
unión sexual fuera del tiempo pre-establecido por Dios. Siendo que esta unión
ha sido aceptada por Dios en orden a la propagación de la especie, el precepto
impuesto por El es una prueba cuya esencia es recordar al hombre el dominio y
la voluntad de Dios sobre todas las cosas y criaturas. Dado que se refiere al
hecho de transmisión de vida, el hombre quedaba obligado a reconocerlo como don
y dependencia de Dios. Con su pecado pretende arrogarse derechos de Dios
constituyéndose, de alguna manera, en creador y por lo tanto con autonomía
respecto a Dios. Al vulnerar el plan de Dios, el hombre atrae sobre sí las
consecuencias que, a corto plazo y luego a largo (marcando a toda la Humanidad)
devienen del pecado.
Las dos
vertientes o facetas del pecado génerico:
·
ESQUEMA EXITUS-REDITUS
Este esquema ve
el pecado original como un pecado de soberbia, de creer no necesitar a Dios.
Ratzinger, en El espíritu de la liturgia, nos presenta
la visión cristiana del esquema del exitus
y reditus, según la cual el ciclo salida-retorno, a diferencia de lo que
vemos en filósofos de la antigüedad o en otras religiones, no comienza con una
caída del hombre, como si se tratara del hombre arrojado en el tiempo y en el
espacio sino que se trata de un acto de amor de Dios hacia su criatura.
No comporta la
separación de la criatura de su Creador sino que la criatura, el hombre vive
ante la mirada de Dios y en perfecta armonía con el resto de la Creación. Es en
sí mismo un acto bueno cono nos repite el Yahvista en el relato de Génesis.
En dicho
esquema o ciclo, el exitus tiende de
forma necesaria y como culminación al reditus,
a la vuelta al Creador. Ello no implica, según Ratzinger, una “revocación del
ser creado”; el hecho es que en el mismo acto creador, acto libre por parte de
Dios, hay también un principio de libertad en el propio ser creado. Esta
libertad, este libre albedrío, tiene como intención que el ser creado responda
positivamente al amor del Creador realizando la unidad más elevada en dicho
amor (la idea cristiana del “Dios todo para todos”). No obstante, esa libertad
otorgada es el punto de inflexión del retorno voluntario cuando la criatura la
ejerce en el sentido de la no-dependencia del Creador y del creerse
autosuficiente. La criatura, en su soberbia, se ve como un ser autónomo y se
produce la ruptura de la unidad; ahora es imposible el reditus, el retorno por cuenta propia lo que exigirá una
reconciliación con el Creador, una expiación y un reconocimiento de la
dependencia de Dios.
La vuelta al
Padre, imposible por propios medios, ha de realizarse por medio de la salvación
redentora en la persona de Cristo, del Pastor que busca y recupera a la oveja
perdida para volverla a su redil. Es a través de Cristo, hecho Camino, como se
hace posible el retorno a la fuente de todo amor, en un acto de nueva Creación
que le devuelve a ésta todo su valor.
Sólo
Cristo, en su sacrificio vicario en la Cruz, es el camino, la vía de regreso al
Padre.
·
LA CUESTION DEL SER COMO DIOS
El atributo de
Creador a sólo Dios compete:
Si
la exégesis católica ha visto en el pecado original una unión sexual a
destiempo, no es sencillo explicar a qué exactamente se refiere. Sin embargo,
en nuestro propio tiempo, en nuestra historia inmediata, vivimos una serie de
situaciones morales que sí podrían arrojar luz sobre esta cuestión: las leyes
humanas consienten, adormeciendo al ser moral, en aberraciones como el aborto,
la reproducción asistida, el uso de células madre embrionarias, los intentos de
clonación, la eutanasia… Al legislar sobre sobre estas cuestiones, el hombre se
arroga el atributo divino.
Conocidos
por nosotros todos estos supuestos, vamos a fijarnos particularmente en el que
tiene unas connotaciones especiales. El que se nos fuerza a asumir como algo
del todo aceptable pero que sigue siendo moralmente atroz. Para ello acudiremos
al reciente Magisterio de la Iglesia:
“Hoy son menos raros los casos de
embarazos múltiples, esto es, cuando el seno materno es compartido por varios
embriones. Suelen presentarse ya sea por la aplicación de la estimulación
ovárica en caso de infertilidad o por la fecundación artificial, sobre lo cual
el Magisterio se ha ya pronunciado (Cong. Doct. Fe, Inst. Donum vitae, II).
…ellos (los defensores de esta técnica) concluyen
que podría justificarse la selección y eliminación de algunos embriones para
salvar a los otros o, al menos uno de ellos. Por este motivo se ha introducido
la técnica denominada "reducción embrionaria".
En relación a lo anterior, es preciso
señalar lo siguiente. Como todo embrión debe ser considerado y tratado como
persona humana (Cong. Doct. Fe, Inst. Donum vitae, I. 1), con la eminente
dignidad que esto implica, el nascituro es sujeto de derechos fundamentales
desde el primer momento de la concepción, y en primer lugar del derecho a la
vida, que de ninguna manera puede ser violado. Por tanto hay que afirmar
claramente evitando cualquier confusión o ambigüedad que la "reducción
embrionaria" es un aborto selectivo. Es la eliminación directa y
voluntaria de un ser humano inocente (Juan Pablo II, Enc. Evangelium vitae, n.
57).”
En este caso es claro que al tiempo de
“crear” vida, por la selección embrionaria se destruye otra u otras vidas
igualmente válidas.
“Yo doy la
muerte y doy la vida.” (Dt 32, 39)
CONSECUENCIAS
DEL PECADO
La
consecuencia inmediata es el despertar de la conciencia que en su primera
manifestación es el sentimiento de vergüenza que les produce encontrarse
desnudos, estado en el que habían permanecido hasta entonces sin que les fuera
extraño. Simbólicamente, esta desnudez se refiere a un cambio en el orden moral
con respecto al de antes de la caída. Y esta anterior situación no les
provocaba vergüenza en virtud de la armonía total de la creación. Esta armonía
queda rota dando paso a un estado de insatisfacción, a un desequilibrio en lo
moral; una ruptura así mismo de la paz interior y una tensión que marcará el
futuro del hombre con el signo de la lucha interna y externa. La tensión con el
universo rompe con la dinámica y la sincronía de la creación. La lucha se
extenderá al plano social y cultural. Otro signo inmediato es el temor, el
hombre se siente culpable y se esconde de la vista de Dios.
Tras esto
aparece la sanción divina que culmina con la expulsión del paraíso. El hombre
queda condenado a una áspera lucha con la tierra que le negará su fruto si no
es por medio de gran esfuerzo. La mujer se verá en una situación de
dependencia, de sujeción y amenazada en su condición más importante: la
maternidad.
La tierra
hostil al hombre y el dolor de la mujer son los indicios de que el orden
intentado por Dios ha sido profundamente trastornado.
La expulsión
del paraíso, si vemos el simbolismo de esta palabra, significa la pérdida de la
familiaridad con Dios, que ya no volverá a producirse.
La sanción de
este primer pecado no se reduce a las personas de los primeros padres, sino que
se hereda en virtud de la solidaridad de la Humanidad con su cabeza y
representante. Pierden con ello la totalidad de dones sobrenaturales que Dios
había concedido a Adan y en él a su descendencia. Posteriormente, San Pablo hallará
una correlación entre pena y culpa hereditarias desde la óptica del paralelismo
de la solidaridad de todos los hombres en Cristo así como la de todos en Adan. (Rom
5)
No
terminan aquí las consecuencias como tampoco el pecado: el hijo de Adan
derramará la sangre de su hermano. El pecado de Caín conllevará en otro plazo
la sed e venganza de sus descendientes. La unión de los hijos de los dioses con
las hijas de los hombres en vistas a crear una nueva raza de superhombres es
otra insolencia contra Dios, que hubiera dado lugar a una humanidad contraria a
las leyes de la creación y que Dios sanciona acortando la duración de la vida
del hombre.
La historia de
la torre de Babel es otro modelo de transgresión. La insensatez del hombre le
lleva de nuevo a pretender llegar a la altura de Dios. En la confusión de
lenguas está el efecto punitivo para unos hombres cuyo lenguaje era medio de
comunicación y de conocer y ordenar su entorno.
CONCLUSION
Las
consecuencias del pecado se irradian en el orden teológico así como el
sociológico, cósmico y antropológico.
En primer
lugar la ruptura se produce entre Dios y el hombre: éste pierde el primitivo
estado de amistad y de felicidad o inocencia y con ellas la paz y el equilibrio
interiores. Al perder el paraíso en que Dios le ha colocado queda privado de
una vida sin temores, sin tensiones ni la sombra acechante de la muerte. En
todo caso, lo fundamental es que como obra de Dios pierde un don generoso que
El le había otorgado.
Hay así
mismo una ruptura entre los hombres ya que la armonía que venía proporcionada
por la relación con Dios, al quedar rota provoca una tensión en las relaciones
del hombre con la mujer, o bien entre hermanos como podemos ver en el episodio
de la muerte de Abel a manos de Caín, o así mismo en la venganza en el canto de
Lamek. (Gn 4, 23)
La
degeneración moral va en aumento hasta llegar a la corrupción previa al diluvio
el episodio de Babel, muestra de orgullo e insensatez.
En otro orden,
la ruptura con la creación a nivel cósmico se produce al vulnerarse con el
pecado el orden establecido. La tierra, antes generosa y ahora maldita, negará
al hombre sus frutos obtenidos sin esfuerzo y se convertirá en un largo y sordo
forcejeo.
La ruptura
interior que se traduce en el hombre por los signos de la vergüenza y el temor;
por el desasosiego y la tensión, la confusión y la desconfianza, y que se
convertirá en parte integrante del hombre para siempre.
No obstante,
en el mismo momento de la sanción, Dios abre una ventana a la esperanza con la
promesa que más adelante se convertirá en elección en la persona de Abraham y
luego en Alianza.
La promesa
apunta ya al Mesías, símbolo de esperanza para la Humanidad. Por medio de una
mujer surgió el pecado, la enemistad y la maldición. Pero en otra mujer y en su
descendencia, el hombre alcanzará la victoria contra las fuerzas del mal
recuperando lo que un día perdió y volviendo a la cercanía de Dios.
“Mientras
vivimos en ese mundo, debemos ganarnos la Vida Eterna, cosa que no podemos
hacer por nosotros solos, ya que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos
la recuperó” (Carta a Elisabet Porto,
San Cayetano de Tienne).
Mª
del Carmen Feliu Aguilella