“La
acción de gracias del Resucitado”
Desde
la ofrenda de pan y vino de Melquisedec hasta la formación del Canon
Eucarístico según queda fijado por San Pablo en I Corintios 11, 24-25, relato
basado en la Institución de la Eucaristía en la Ultima Cena del Señor,
recorremos un largo camino a través de las páginas de la Sagrada Escritura; sin
embargo, el eje director de los dos eventos, la matriz de todo, es la acción de
gracias. Y ésta, la del Resucitado.
Tras
la Muerte de Jesús los Apóstoles se alejan del culto sacrificial del Templo; no
obstante, siguen participando en la celebración de la lectura y la oración de
los judíos, ya sea en el Templo o en las sinagogas. Con el tiempo este
distanciamiento se radicaliza ya que los primeros cristianos comienzan a dar
forma a su propia celebración litúrgica cuyo eje ahora ya no es la cena
comunitaria, la celebración del Shabat (http://asociacionbiblicasanpablo.blogspot.com.es/2011/05/la-primitiva-liturgia-segun-lucas.html). La clave se desplaza al carácter
sacrificial de la Muerte y Resurrección como punto culminante de la Historia,
por lo tanto, a partir de este momento el tiempo litúrgico asume como día
propio para la Eucaristía el Domingo, el “Día del Señor”, el día del encuentro
con el Resucitado.
La
interpretación del hecho litúrgico eucarístico como un “corpus” integrado en el
ágape comunitario pero con su propia dinámica interna se alcanza no de
inmediato sino paulatinamente en la comprensión de que en medio de la comida se
desarrolla una anticipación del hecho salvífico por excelencia: la Acción de
Gracias del Señor por la Resurrección que acaecerá después de su Muerte. La
ofrenda del pan y del vino, la bendición, como antaño lo hiciera Melquisedec,
tienen por objeto ser las especies en que la acción de gracias se torna
vivificante en su sacralidad al ser las sustancias en las que el sacrificio de
Jesús se hace real. La entrega que el Señor hace de Sí mismo va más allá
otorgándole a los alimentos aludidos la categoría de ser su Cuerpo y su Sangre,
de ser su Presencia real entre nosotros.
Este
es el Testamento que nos otorga y que cobra todo su valor en la hora de nona de
lo que litúrgicamente conocemos como Viernes Santo, porque en aquel momento
crucial en que el Señor entrega su Espíritu está bebiendo el Cáliz de Salvación
que nosotros heredamos. En el momento sublime en que de su costado traspasado
por la lanza mana sangre y agua nace la Iglesia, la Asamblea de los hombres a
quienes se ha encomendado realizar la memoria de Su sacrificio por los siglos
de los siglos.
Mª
del Carmen Feliu Aguilella
Fotografía Mª del Carmen Feliu