Para terminar, hermanos, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas que Dios os da, para poder resistir a las estratagemas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los soberanos, autoridades y poderes que dominan este mundo de las tinieblas, contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal.
Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día fatal y, después de actuar a fondo, mantened las posiciones. Estad firmes, repito: abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la justicia, bien calzados para estar dispuestos a anunciar la noticia de la paz. Y, por supuesto, tened embrazado el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del malo. Tomad por casco la salvación y por espada la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios.
Al mismo tiempo, con la ayuda del Espíritu, no perdáis ocasión de orar, insistiendo y pidiendo en la oración. Tened vigilias en que oréis con constancia por todo el pueblo santo. Y también por mí, para que Dios abra mis labios y me conceda palabras para comunicar sin temor su secreto, la buena noticia de la que soy portavoz... en cadenas. Pedid que tenga valor para hablar de él como debo.
Quiero que también vosotros sepáis qué es de mí y qué tal sigo; de todo os informará Fortunato, nuestro hermano querido y auxiliar fiel en la tarea del Señor. Os lo mando precisamente para que tengáis noticias nuestras y os dé ánimos.
Que Dios Padre y el Señor Jesucristo concedan a los hermanos paz y amor acompañados de fe; su favor acompañe a todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo, sin desfallecer.
De la carta a los Efesios 6, 10-24