“Los
trabajos (o fatigas) de la Esperanza”
De profeta de
la desgracia fue tildado Jeremías. Condenado y encarcelado por rechazar la
falsa parodia del optimismo ideológico de las clases dominantes de su época se
opuso a ello con un realismo que, extrayendo las lecciones del pasado en puro
alarde de pragmatismo, señaló a lo que conducía la ruptura con la tradición.
“Así dice
Yahvé: Paraos en los caminos y mirad; preguntad por los senderos antiguos; ved
cual es el camino bueno y andad por él” Jer 6, 16
La doble
misión del profeta de Anatot fue la de denunciar la apostasía y la destrucción subsecuente
de Israel, y la de anunciar la restauración futura. Con la firmeza y la
convicción de su deber moral condena la vana alegría poniendo los ojos en la
verdadera esperanza. Válido siempre el criterio del profeta sirvámonos hoy
hacer una relectura de su aparente pesimismo para, como él hizo, aprender de la gran maestra que es la Historia y, a su
tiempo, transmitir la herencia recibida.
Otro es el
tiempo, igual la lucha. Los políticos actuales (con raras excepciones), como lo
hicieran los falsos profetas antaño, anuncian y se envanecen de un falso
bienestar; hablan de paz cuando hay guerra; engañan alimentando falsas
libertades; su afán es el propio lucro mientras conducen a otros a la
degeneración; dominan al pueblo mientras lo degradan sin reconocerse
responsables de ello con lo que estorban su regeneración moral. Y haciendo uso
de una selva mediática a su servicio enredan a aquellos a quienes gobiernan en
una catequesis de lo inmoral que empieza por la relajación de las costumbres
(moral acomodaticia) para acabar en las mayores abyecciones.
“...
a quienes la palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y engañosas son los
que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas
seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.” Regla Pastoral, San Gregorio Magno.
Es signo de
estos tiempos reducir a quien esto denuncia al ostracismo ya que lo que al
sistema interesa es el embrutecimiento y la fractura de la dignidad de la
persona para así afianzar más su poder. Rota la familia, roto el hogar patrio y
envilecido el orden social y político y a merced de los que consideran la
religión opio del pueblo, ¿podemos mantenernos en silencio los hijos de la Iglesia,
el nuevo Pueblo de Dios? ¿Acaso no somos el resto
de Israel?
Está claro que
se nos quiere llevar o que ya nos han llevado a un desierto moral que no todos
perciben. De hecho es más doloroso para quien así lo entiende. Justo como
ocurría con Jeremías...
El peso de la
tradición nos exige levantar nuestra voz en calles y plazas, incluso aunque
tengamos que soportar las burlas y las chanzas del foro. Porque la Esperanza
que podemos y debemos transmitir nos obliga.
Gracias a
Dios, a la Verdad y a la Justicia no les faltan paladines que las defiendan, aun
a costa de su propia salud o de su patrimonio. Y mártires que han dado su
testimonio muriendo, asesinados, al grito de “Viva Cristo Rey”.
“Para
terminar, hermanos, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder.
Poneos las armas que Dios os da, para poder resistir a las estratagemas del
diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra
los soberanos, autoridades y poderes que dominan este mundo de las tinieblas,
contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal.
Por eso, tomad las armas de Dios
para poder resistir en el día fatal y, después de actuar a fondo, mantened las
posiciones. Estad firmes, repito: abrochaos el cinturón de la verdad, por
coraza poneos la justicia, bien calzados para estar dispuestos a anunciar la
noticia de la paz. Y, por supuesto, tened embrazado el escudo de la fe, donde
se apagarán las flechas incendiarias del malo. Tomad por casco la salvación y
por espada la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios.
Al mismo tiempo, con la ayuda del
Espíritu, no perdáis ocasión de orar, insistiendo y pidiendo en la oración.
Tened vigilias en que oréis con constancia por todo el pueblo santo.” Ef, 6, 10-18
Mª
del Carmen Feliu Aguilella